12/10/2003

Vaya emprendedores

Hay ciertos comentarios que son evitados con el fin de permanecer "políticamente correcto". Fernando Villegas, que no sufre de esta forma de autocensura, escribió un artículo que aquí se reproduce en toda su extensión y que vale la pena leer: Vaya emprendedores

Cada época tiene sus propios modelos humanos puestos en vitrina para admiración de las almas cándidas. Alguna vez fueron los profesionales, especialmente los médicos. En las páginas de los avisos económicos se leían anuncios del tipo "médico vende auto", tal como ahora se recalca la inyección múltiple o el doble air-bag. Luego les tocó el turno a los revolucionarios de barba y bigote. Ahora es el de los empresarios. De ahí que cada semana, a veces cada quince días o mes por medio, revistas especializadas en la remunerativa industria de la adulación nos ofrezcan en sus portadas y páginas interiores, en glorioso technicolor, los rostros rubicundos y complacidos de destacados miembros de la clase empresarial chilena. En ocasiones el diseñador del medio y sus fotógrafos se esmeran más de la cuenta y los prohombres son retratados con no menos pompa y circunstancia que la familia real española en época de Velázquez o de Goya. Y entonces, apotingados en amplias butacas de fragante cuero, vestidos, encorbatados y manicurados a la perfección, echados para atrás, rodeados de marqueterías de maderas finas y hasta de hileras de serviles libros con lomos dorados, se dejan admirar desde la altura de sus pedestales de billetes. Sin embargo, poco armoniza esta fiesta universal del empresario, este culto rendido a borbotones, con la queja en sordina del ministro Eyzaguirre, recién proferida con ocasión de su presentación del presupuesto.
Luego de hacer la habitual adivinanza sobre un optimista crecimiento para el 2004 (ya llegará el consabido momento de "recortar las cifras" y "sincerar la economía"), se atrevió a decir, algo en sordina, que estamos "un poquito mal" en materia de ciencia y tecnología; no hay asociación ninguna entre las universidades y las empresas, entre éstas y los laboratorios, entre sus profesionales y las listas de precios. Y ese atraso feroz y quizás ya irremediable no habla mucho de innovación, rasgo que, con el perdón de los presentes, es o debiera ser el centro vital de la calidad de empresario. Pero en Chile no se entiende así. Aquí se entiende como empresario simplemente a un huevón dueño de algo y que gana harta plata.
En verdad una clase propietaria -y su corte, la "alta administración"- con tanta predisposición a disfrazarse todos los fines de semana y fiestas de guardar como huasos de punta en quincha a bordo de caballos capones no da la imagen ni el peso ni el tono ni el calibre del innovador o, como ahora se dice con unción, del "emprendedor". ¡Tiquitiquití! Empresarios emprendedores hay, en Chile, no más de una docena; empresarios que van a seminarios sobre el tema hay miles de miles. De esa mísera docena de auténticos emprendedores la mitad se mueve en el área de la informática, donde la presión por innovar es parte esencial del juego. Hay también algunos otros, aquí y allá, luchando en vano por convencer a estólidos calientasillas bancarios de la bondad de sus ideas. Más les valdría hablarle a un muro. Y mientras tanto el resto, el 99.99% del empresariado chileno, es tan dinámico como el apolillado esqueleto de dinosaurio que se exhibe en el Museo de Historia Natural.
Digamos las cosas por su nombre: la inmensa mayoría de nuestros hombres de negocios es simple comerciante que heredó fortuna y establecimiento puesto en marcha de padres y abuelos, mercanchifles de pequeño o gran calibre, movedores de dinero, especuladores de Bolsa, rentistas de bienes muebles e inmuebles, comisionistas, financistas, banqueros y muchas veces usureros. Pero casi nunca son emprendedores. ¿Qué podrían poner como ejemplo de sus emprendimientos? ¿Comprar en China veinte contenedores repletos de productos de porquería y distribuirlos en Chile entre 10 a 100 veces su valor original? ¿Adquirir una empresa a 10 pesos y un sánguche, bajarle costos echando empleados y luego de tan genial emprendimiento ir a la Bolsa y venderla más cara? ¿Emitir instrumentos comerciales que permiten reproducir sin escrúpulos las prácticas financieras de los prestamistas de la Edad Media? ¿Producir algún vulgar commodity con mano de obra casi tan barata como la de Uganda y pasando por encima de toda disposición ambiental que tímidamente haya llegado a existir? Pero a qué extrañarse. Después de todo, estos prohombres tan ufanos y ahítos de satisfacción por ellos mismos, estos notables que nos miran desde las revistas, en fin, de entre todos estos caballeros, casi ninguno viene del laboratorio, de la maestranza o de la universidad al modo como vinieron Edison, Bill Gates o Henry Ford. No son autores de un esfuerzo increíble por poner en marcha una idea original. Son solamente tataranietos y nietos de hacendados que se apropiaron del país a caballazos y luego lo administraron en el estilo soñoliento de las elites latinas, con mucho Rosario y largas siestas; estas son las elites del tiquitiquití. O son tataranietos y nietos de inmigrantes cuyas tradiciones empresariales se remontan a la civilización de los fenicios, al chalaneo puerta a puerta empujando un carretón a punta de mula, de camello o de caballo. O son tataranietos o nietos de españoles, franceses, alemanes o ingleses que se vinieron no a producir nada, sino a poner negocios de botones, pulperías, sombrererías, almacenes, etc.
Casi todos
¿Excepciones? Unas cuantas: de ellas -basadas además en una generosísima legislación estatal para protegerlos de la competencia- vino la industria textil, del plástico y unas pocas más. Pero la excepción confirma la regla y, además, eso es ya historia antigua. De dónde... ¿De dónde iban a salir, entonces, los emprendedores? La entera cultura empresarial -y no sólo empresarial- chilena es refractaria y opuesta a todas las virtudes que supone el emprendimiento. Repásese la literatura periodística y magazinesca dirigida a los empresarios, los editoriales y columnas de sus economistas y ejecutivos y a poco andar se comprobará que los consejos y recetas giran alrededor de una sola palabra mágica: "Cautela". Cautela, esto es, la virtud pasiva del labriego, del peón, del huaso. ¿Cuándo se habla de audacia, de probar ideas nuevas? Cautela y atornillamiento en monopolios legales o naturales. Me atrevo a afirmar que el 80% de los descendientes de la aristocracia castellano-vasca que alguna vez poseyó el país entero -ahora lo comparte- se ha refugiado en actividades tan emprendedoras como cobrar comisiones en la Bolsa, hacerle al corretaje, los seguros, los préstamos y la banca. De ahí y de sus bufetes de abogados no los saca ni Cristo.
La misma vocación de rentismo-leninismo vale para los demás grupos. Hinchados en plata, complacidos, dueños del país en todos los sentidos de la palabra, refugiando sus privilegios tras leyes y constituciones, ejércitos y sacerdotes, políticos y servidores públicos, no emprenden absolutamente ni una mierda y mantienen a este país en su condición original de fundo manejado con mano de hierro y poto de plomo, poco cerebro y mucha brutalidad. Lo olvidaba: ahora con democracia, además… Vaya emprendedores.

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