05/01/2004

El Mercurio.com

Una profecía autocumplida
En su libro "En busca de la política", el sociólogo inglés Zygmunt Bauman sostiene que en el contexto del desmantelamiento del estado de bienestar de los últimos tiempos, las autoridades, incapaces de ofrecer a la población niveles aceptables de seguridad social para atenuar la precariedad en el empleo y otras contingencias, habrían encontrado un perfecto sucedáneo para suplir su falta de efectividad en dichos dominios. Éste sería el combate contra la delincuencia, mal que, aunque igualmente disruptivo de la vida social, presenta una mayor espectacularidad mediática. Como consecuencia de este giro, particularmente durante los procesos electorales, el discurso político se centraría desproporcionadamente en la lucha contra este flagelo, acallando así formas más sordas de inseguridad, como la inestabilidad del empleo, el trato abusivo en el trabajo y el desigual acceso a las prestaciones de salud de calidad. Así, un monocorde discurso punitivo proveería a los sectores más desposeídos la ilusión de que las autoridades intentan controlar al menos un aspecto de aquellos que complican la trama de sus vidas.

Por cierto, Bauman no pretende minimizar el problema ingente de la delincuencia en las sociedades contemporáneas. Busca más bien llamar la atención acerca del empobrecimiento del debate público que resulta de una excesiva fijación en el combate contra el crimen, no sólo porque se tiende a erigir a los delincuentes en seres intrínsecamente perversos y a negar todo vínculo entre la falta de cohesión social y el aumento de la criminalidad, sino porque dicha retórica borra la realidad del conflicto entre diferentes grupos sociales por la repartición de los beneficios de esa empresa común que llamamos nación, bajo la ilusión unificadora de un "nosotros" que se enfrenta a unos "otros" constituidos por delincuentes y criminales de todo tipo.

Más allá de lo acertado de esta tesis, ella no deja de ser sugerente para Chile, donde, amén de la aparición en la última década del tipo de discurso a que alude Bauman, se ha ido imponiendo unapeculiar variante de esta retórica, que, aludiendo a un "espíritu de cuerpo" propio de la jerga deportiva, anuncia con entusiasmo cómo el país escala posiciones en los diferentes rankings de eficiencia y competitividad económica, ocultando tras de esta ilusión de trabajo en equipo una muy distinta distribución de los "premios" generados por nuestro éxito en esta suerte de certamen mundial económico. Esto, porque a pesar de que en las últimas dos décadas se ha más que duplicado el producto, la distribución del ingreso continúa siendo vergonzosa, como lo reconoció hace poco el propio ministro de Hacienda.

Todo país necesita niveles mínimos de unidad nacional para poder funcionar razonablemente bien, así que lo dicho no debiera tomarse como un llamado al encono o la división. El punto es simplemente anotar que si no se toma en serio el desafío de revertir un escenario en que los beneficios del desarrollo siguen estando sistemáticamente mal distribuidos, eventualmente la retórica del "Chile ganador" dejará de ser creíble para vastos sectores de la población, lo que podría derivar en el tipo de inestabilidad social y política que en otras latitudes ha llevado al estancamiento económico y a situaciones de efectiva explosión de la criminalidad. Esto último constituiría un caso verdaderamente lamentable de profecía autocumplida.

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